miércoles, mayo 7
La naturaleza no es muda
Eduardo Galeano, 18 de abril de 2008, Semanario Brecha de Uruguay
El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se
hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se
vuelven locos de remate.
Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución.
Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los
derechos de la naturaleza.
La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos
haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y
agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el
monte Sinaí: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte".
Un objeto que quiere ser sujeto. Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener
derechos. En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora,
el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para
consuelo de sus siervos.
¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque
ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las
mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.
Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida,
y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de
sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una
indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no
evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.
Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos... Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera
persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de
derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal,
extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos
que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si
las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.
Gritos y susurros
Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la
nueva Constitución de Ecuador. Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia.
Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco
vomitó impunemente 18 mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida
esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio
con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y
estaba dirigida por Condoleezza Rice.
Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco
continuaba contaminando el mundo. Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y
otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se
intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de
un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone
que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y
no es por casualidad que la Asamblea Constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de
renacimiento nacional con el ideal de vida del sumak kausai (buen vivir). Eso significa, en lengua quichua,
vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos
abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.
Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en
Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio
de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y
desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar
otro futuro posible. Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista
europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca
o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios
y después en nombre de la civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las
consecuencias de ese divorcio obligatorio.-
NOTA:
Inolvidable artículo que se distribuyó entre los y las asambleístas en la Asamblea Constituyente de
Montecristi, el día (29.4.08) en que se aprobaron los Derechos de la Naturaleza: un hito histórico
civilizatorio, que está siendo amenazado por el actual extractivismo galopante del gobierno del
presidente Rafael Correa.
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