viernes, diciembre 26

Paz a los de buena voluntad

Elmer Palomino Vega Gloria Dios en el cielo, y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad…
Cuando llega diciembre de cada año y nos acercamos sigilosamente al 24, un cúmulo de sentimientos encontrados (pero nunca perdidos) se agolpa en lo poco que queda de mi entendimiento. Empezando por esclarecer la Historia que le sigue siendo esquiva a la Santa Iglesia Católica. Veamos. El Emperador Constantino I, el año 321 convoca al Concilio de Nicea e insta a que los primigenios conductores de la Iglesia Cristiana (Papa Julio I en 350 d C) decreten que el nacimiento de Jesús el Cristo sea nominado el 25 de diciembre, según el calendario Gregoriano (al entender de los romanos). La pregunta de los quinientos mil reales: por qué? El referido emperador provenía de un rezago de la religión persa que rendía culto al Sol Invictus, cuya personificación era Mitra, quien, según su creencia antigua (antes que la existencia de los seguidores del Hombre Justo de Nazareth) había nacido ¡oh sorpresa! Un 25 de diciembre, fecha del inicio del solsticio de invierno (sí, invierno, para el hemisferio norte, atentos). Al matrimoniarse con una cristiana, y viendo cómo crecía peligrosamente el influjo de estos hombres seguidores del nuevo evangelio, jugó maravillosamente sus cartas políticas y luego de él mismo abrazar la nueva fe (cristiana), declara que ésa sea la religión “oficial” del imperio logrando que la curia papal se adecúe a sus intereses. Jugada perfecta. Coincidía con SU religión y todos felices y todos contentos. Caso parecido en el sincretismo católico-indígena de América Morena conquistada al persistir, resistir y prevalecer el animismo inca con las enseñanzas españolas católicas que nosotros, mestizos en la cultura y en la sangre, hemos heredado. La santa Pachamama y la Virgen Madre de Dios, el Mesías y el Inkarri (inka rey), etc. Es decir, por mandato político celebramos Navidad el 25 de diciembre. Otro sí digo: los cristianos ortodoxos celebran navidad (vale decir, natalicio de Jesús) el 6 de enero (nuevamente, para nosotros, “bajada de reyes”) en referencia al historiador serio de entonces, el griego Clemente de Alejandría y su maestro Basílides, quienes afirmaban que Cristo nació el 6 de enero. Se ha especulado mucho sobre la fecha exacta. Nadie sabe a cabalidad. Pero parece improbable que los pastores judíos hubieran pernoctado en el pesebre en esas fechas (diciembre) porque el invierno era tan crudo con temperaturas bajo cero y lluvias, que difícilmente hubiera sido verdad. Se ha especulado en fechas como 16 de mayo, 9 de abril, 29 de marzo, con disquisiciones interesantes para cada fecha. Un estudio reciente señala que la Estrella de Belén (si no fue una nave nodriza no terrícola), fue la conjunción de Venus y Júpiter el 17 de junio del año 2 después de Cristo. Coincide. Es decir, amigos, la historia y el libre albedrío y la capacidad de pensar y cuestionar chocan frontalmente con el trillado magister dixit (“el maestro lo ha dicho” y nadie puede refutar el dogma, por absurdo que parezca), que la inefable Iglesia Católica nos ha perfundido por los siglos de los siglos amén. Pero esta ocurrencia meramente documentada por la razón y la historia, felizmente, no quiere decir nada en la verdadera relevancia del simbolismo y trascendencia del mensaje. El buen Jesús vino para liberarnos de la tara que nosotros mismos escogimos para fregar nuestro propio futuro. Y se auto-inmoló para cargar con nuestra necedad atávica. Y el momento de paz, perdón, reencuentro, armonía y abrazo sincero se ha venido prostituyendo y paganizando en el consumismo a ultranza de este capitalismo que hiede y que pisotea la conciencia (la tiene?) del homo sapiens sapiens. Es la fecha en que nos hacen recordar cuán disímiles somos. Tenemos chocolate caliente, panetón y pavo relleno y champán y todo, (algunos), y otros (muchos) se miran las manos vacías y ajustan sus estómagos al son de la cantaleta gringa del “jingle bells, jingle bells, jingle all the way” de ese gordo alienante que se mete por la chimenea a traer los regalos que nos han costado a los padres. Es el momento efímero en que nos volvemos buenitos y para tapar nuestra conciencia regalamos al huachimán, a los pobrecitos de la calle y los menesterosos, “algo” para acallar nuestra opípara moral plastificada por los medios masivos y la publicidad. Un día. Y los 364 restantes se ven atosigados de corrupción, crimen, avaricia, usura, explotación inmisericorde e hipocresía. He ahí la navidad que nos han hecho creer. Ésa navidad yo no quiero. Yo quiero una que perdure al tiempo y que verdaderamente marque nuestra conducta. De veras y no de retórica (ya parecemos políticos baratos). Y que las iglesias (y en ellas nuestra Iglesia Católica) dé la pauta real para la paz de la conciencia y el accionar consecuente. Así si: FELIZ NAVIDAD Y VENTUROSO AÑO NUEVO. Un abrazo. Esto, por supuesto, a título estrictamente personal. Comentario Periodístico Nro 25. Diario Noticias, Arequipa, DIC 14. E Palomino V.

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