domingo, abril 19
Lunes Santo en el Cusco
Por: Nelson Coronel
En Cusco, otra vez, para felicidad nuestra. Hemos llegado el Domingo de Ramos en la tarde, pues no fue posible conseguir vuelo los días anteriores pero, de todas maneras, hemos arribado a tiempo para recibir la bendición del Taitacha Temblores.
Desde la pequeña elevación del To´ko Kachi, en el primer ceque de la ruta hacia el Q´olla Suyu, Nelly y yo saludamos con reverencia a la gran pakarina y le pedimos que nos permita ingresar a su territorio sagrado. Imploramos: “ Q´osqo, hatun llacta, napaykuyri “ . Luego, nos posternamos y hacemos el Muchaska. Creemos sentir la aprobación sagrada y, solo así, bajamos por la cuesta de San Blas, seguimos por Hatun Rumiyocc; nos detenemos frente a la gran wanca de los doce ángulos, sentimos su fuerza que nos concede y, fortalecidos, avanzamos hacia la gran Wacaypata.
Han empezado los rituales católicos de la Semana Santa y hoy, Domingo de Ramos, mucha gente entra y sale de la gran catedral llevando un ramito de palmas. Todos ingresan hasta el altar mayor y se inclinan con gran respeto. El espacio central de la gran nave está ocupado por la imponente imagen del Taitacha Temblores, el crucificado negro, a quien los fieles lanzan rojas campanillas de ñukch´u y qhapaq ñukch´u.
Los feligreses portando sus cruces y ramos de palma escuchan con gran devoción la misa y, al concluir, hacen bendecir sus palmas, que llevarán a sus casas y colgarán tras la puerta principal, en el convencimiento que las hojas entrelazadas han adquirido poderes sobrenaturales que les permitirán cuidar el hogar, alejar a los ladrones, eliminar los maleficios que sus enemigos lancen contra ellos; a la vez que evitarán el ingreso de enfermedades.
Es curiosa esta mezcla de creencias sobrenaturales que provienen de las religiones andinas y de la cristiana y sus variadas superticiones, pero en verdad no deben llamar la atención pues en el Cusco, como aún en muchos lugares del Ande, perviven en simbiosis sincrética las creencias tradicionales pre hispánicas con las que impusieron los conquistadores y, en una inestable relación, como sucede aquí en el Cusco, la resistencia cultural andina logra, muchas veces, que sus creencias se impongan sobre el ritual cristiano.
Bendición de palmas.
Es el caso la manera como aquí se celebra la “Semana Santa”. En todo el mundo cristiano la conmemoración central se desarrolla entre el “Domingo de Ramos” y el “Domingo de Resurrección, o de Gloria” siendo, el domingo de ramos, el jueves de estaciones, el viernes de dolores, y el domingo de resurrección, los momentos centrales.
En el Cusco es diferente, porque el día más importante y de participación multitudinaria es el lunes, el único día en que “sale” de la catedral el Taitacha Temblores. La imponente imagen es la de un cristo negro, ya crucificado ( cuando en la tradición cristiana esto ocurrirá el viernes y no el lunes).
El lunes santo, las misas en la catedral empiezan a las cuatro de la mañana y continúan sin interrupción, de hora en hora, hasta el mediodía, momento en que el Taitacha sale en procesión a recorrer el centro del Cusco.
La catedral rebosa de gente, que se turna para asistir a la “Misa del Taitacha”. Este ceremonial es acompañado por dos coros de Ch`ayñas, señoras que en un tono altísimo y muy agudo, en la tonalidad de los jilgueros, entonan conmovedoras canciones en quechua, propias de esta celebración. Las cantantes son acompañadas por varios músicos. Este año cada conjunto estuvo compuesto por 5 arpistas, 6 violinistas, 1 pampa piano, 6 quenas, 4 acordeones, acompañando a 8 Ch´aynas.
Cada grupo es dirigido por la integrante de mayor edad, ella guarda los cuadernos donde están anotadas las letras de los himnos y oraciones que canta el coro, a quienes dirige tarareando lo que luego van a cantar. Se dice que los cuadernos son muy antiguos y han ido pasando de generación en generación. Todo el material está en quechua, pero solo están anotadas las letras, no la música. Esta se guarda en la memoria de las cantantes y las melodías se enseñan de madre a hija. Diversos estudiosos afirman que la mayoría de himnos que entonan las Ch´ayñas son prehispánicos y eran los que se cantaban a las antiguas deidades andinas y que posteriormente han sido ligeramente adaptados para la misa católica. Tal es el caso del Apu Yayay Jesucrito, el conmovedor himno que sería originalmente Apu Yayay Wiraq´ocha.
Las Ch´ayñas y sus músicos ocupan dos lugares, a los costados del altar mayor, y aquí encontramos las pistas de otros significados. El grupo de la izquierda se reconoce como Urin Q´osqo y el de la derecha como Hanan Q´osqo, las divisiones principales, las del arriba y abajo de la noción cuatripartita del espacio en la mentalidad andina.
Durante la misa, las Ch´ayñas cantan en contrapunto; cuando un grupo termina inmediatamente empieza el otro, y así se continúa hasta concluir la misa.
Las misas que una tras otra se celebran desde las cuatro de la mañana hasta el mediodía, son dichas íntegramente en quechua, es un detalle inmodificable y también lleno de significado.
Y aunque el fervor de los concurrentes a la misa del lunes santo es indiscutible. Hay momentos que se producen hechos bochornosos.
Un breve disquisición permitirá entender lo que voy a contar. El Cusco fue “castigado”, desde 1982, tras el sospechoso accidente en que murió su querido obispo don Luis Vallejos Santoni, cabeza de los “obispos rojos” del sur andino. Desde entonces “para limpiar el mal ejemplo que había sembrado monseñor Vallejos”, la sucesión en el obispado del Cusco fue encomendada a sacerdotes de la extrema derecha de la iglesia, pertenecientes al Opus Dei. Primero colocaron a Alcídez Mendoza, un señorón que había sido vicario general castrense y que tenía grado de general del ejército. A don Alcídez los indios le apestaban y parece que se sentía más a gusto vistiendo el uniforme militar que la sotana sacerdotal, pues le gustaba disfrazarse de milico para pasear por la ciudad. Sus 10 años como arzobispo del Cusco fueron muy duros para los fieles y el sector de curas comprometidos con el pueblo y con la cultura andina. A Mendoza lo sucedió Juan Ugarte Pérez, otro numerario del Opus Dei, de aquellos que Cipriani colocó como obispos para desequilibrar la votación al interior de la Conferencia Episcopal Peruana y voltear a su favor el voto de los obispos para lograr la elección a la Presidencia de la Conferencia Episcopal. Cipriani es el único cardenal peruano y arzobispo de Lima, que no ha alcanzado esta alta jerarquía, en clara demostración que la mayoría de los obispos no confían en él. Pues bien, como los obispos no confiaban en él, Cipriani, moviendo sus contactos en el sector más conservador del Vaticano, fue logrando que cada vez que se producía una vacante en el episcopado, el Vaticano nombrase un Opus para esta dignidad. Así fue sumando fichas a su favor, sin lograr totalmente su objetivo. Pero la llegada de Francisco al Papado le cortó su racha de buena suerte.
En el Cusco Ugarte Pérez estuvo como obispo más de once años, se rodeó de los curas más tradicionales y reaccionarios, y continuó la conversión del obispado en un órgano al servicio de los poderosos.
Felizmente, a principios de este año, el Papa Francisco nombró como obispo del Cusco al sacerdote Richard Alarcón, de formación Franciscana, cortándole las uñas a la red que estaba montando Cipriani.
Sin embargo Monseñor Alarcón está “nuevecito” en el Cusco y parece que aún no ha tenido tiempo para hacer la limpieza a fondo que requiere su diócesis, como contaré a continuación.
En este lunes santo, en una de las misas dedicadas al Taytacha, el oficiante, en tono muy áspero dijo “que no se debe entrar a la catedral para rezar al Señor de los Temblores, por qué solo es una imagen, los católicos verdaderos deben rezar a la eucaristía”. El desconcierto y el desagrado fue mayúsculo entre los fieles, que concurrían a rezarle y homenajear al Taitacha y no a otra deidad. Pero lo que vino a continuación fue peor. Como la feligresía comulga casi totalmente, a la hora de repartir la comunión las hostias no alcanzaron para todos los fieles y el oficiante, en un estado de ira desproporcionado tomó el micro y dijo que “ se acabaron las hostias, por qué las míseras limosnas que ustedes dan no nos han alcanzado para comprar más hostias…”. Muchas ancianas concurrentes se echaron a llorar, mientras que la indignación fue total entre los asistentes y el cuchicheo fue terrible: “ cura sinvergüenza, con los millones que recaudan por el alquiler de sus propiedades y todavía nos echa la culpa de que no alcance para comprar hostias…”. Las Ch´ayñas de inmediato se pusieron a cantar y la feligresía acompañó cantando con unción, mientras el agrio sacerdote terminaba la misa a capazos.
Pero ¿Quién es realmente el Taitacha Temblores?.
Cuando el Cusco fue ocupado por las huestes españolas, los conquistadores se repartieron la ciudad. En el lugar donde hoy se halla la catedral, existía la laguna Inkill, y sus aguas discurrían a los pies del gran altar donde se veneraba la waca Illa Teqsi Wiraq´ocha, para los andinos el Creador del Universo, de todo cuanto existe sobre la Tierra y del ser humano mismo.
La política de dominación ideológica llevó a que los españoles construyeran la catedral sobre el venerado templo de Wiracocha, pero la habilidad de los constructores andinos, obligados a construir la catedral, le jugo una pasada a los conquistadores. El plano fue adaptado a la ubicación del terreno sagrado dedicado a Wiraq´ocha. Así de las tres grandes naves que se elevaron, la de la derecha, la de la epístola, mantuvo el diseño original del templo a Wiraq´ocha, como es posible observar aún hoy.
La nave de la derecha termina en un extraño altar, donde aún hoy, en el mes de enero, el pueblo realiza antiguos y extraños ritos que nada tienen que ver con los católicos. Este altar se llama del Señor de Unu Punku ( el Señor de la puerta del agua), pues debajo de él se halla el puquio, el manante de agua que corría a los pies del altar dedicado a la waca Wiraq´ocha y que más allá formaba la laguna Inkill. Hasta hace pocos años, en la base del altar de Unu Punku, se podía ver una tapa en forma de reja, y sin hacer mayor esfuerzo se escuchaba el ruido que hacía el agua manando a dos metros de profundidad. Los campesinos con gran unción lanzaban botellitas atadas con cordeles y así sacaban el agua del manante que era considerada agua bendita. Hoy se ha tapado la reja, pero aún se puede escuchar el ruido del agua que discurre debajo.
El altar de Unu Punku en la mentalidad tradicional andina corresponde a la deidad que controla las lluvias y las aguas subterráneas. Cuando amenaza sequía, los campesinos adornan el altar con flores y frutos y mandan decir misas, rogando al señor de Unu Punku que les envíe el agua que necesitan para sus siembras, así rezan a coro: Misericordia Taytay..unuykita paraykita apachimuway ( Apiadate señor nuestro, envíanos tu agua y tu lluvia). Don Abrahan Valencia señala que en 1986, ante la catastrófica sequía que asolaba la provincia de Paruro y la aparición de una plaga de langostas, los campesinos de este lugar mandaron oficiar misas al señor de Unu Punku. Durante el oficio, los campesinos abrieron tres grandes alforjas que estaban llenas de estos insectos vivos y que se esparcieron por toda la iglesia. Hacían esto en el convencimiento que los animales recibirían la orden de retirarse que les daría el señor de Unu Punku.
En este corredor sagrado, siguiendo el recorrido de las aguas del manantial de Unu Punku, exactamente a la mitad del tramo, se halla el altar del Taytacha Temblores, en la misma ubicación donde, según los cronistas, estaba la Waka Wiraq´ocha.
La imagen es extraña: la gran cruz sostiene a un crucificado, de tez negra, en estado agónico. Se cuentan muchas leyendas sobre cómo llegó esta imagen al altar, atribuyéndola a un regalo que hiciera el rey de España Felipe II y que tras múltiples peripecias llegó finalmente a su ubicación de destino: el antiguo altar de Wiraq´ocha.
Hace pocos años, en el proceso de restauración de la catedral del Cusco, le tocó el turno a la imagen del Señor de los Temblores, que presentaba síntomas de deterioro. En el taller ubicado en lo que fue el Palacio del Marqués de Valle Umbroso, la imagen fue estudiada cuidadosamente. Los restauradores descubrieron que no era una imagen sólida, sino que correspondía a la técnica de modelado en tela y encolado, para ello se habría fabricado primero un cuerpo de ichu, sobre el cual se fueron enrollando, encolando y superponiendo numerosas telas a las que los artífices fueron dando la forma requerida; incluso para el torax se empleó cuero de llama y las extremidades superiores e inferiores se vistieron de la misma manera sobre maderos de maguey. Ni estos materiales ni estas técnicas se empleaban en los talleres de escultura españoles.
Surge entonces esta hipótesis: ¿ Acaso el Taitacha fue una obra preparada por los artífices andinos bajo la dirección de sus sacerdotes tradicionales, que para introducirla a la catedral y seguir venerando a un Wiraq´ocha bajo disfraz cristiano, crearon la leyenda del envío del rey de España y las vicisitudes por las que pasó la imagen hasta llegar al Cusco?. Todo puede ser, pero hoy esta claro que la leyenda del envío de Felipe II es absolutamente falsa. Todo parece indicar que para la mentalidad andina el Taitacha es Wiraq´ocha y por eso se le venera de la manera como se hace.
Las flores del Taitacha.
Durante los días centrales de su veneración la imagen del Taitacha es cubierta con flores de ñukch´u y qhapaq ñukch´u. Estas rojas campanillas son las flores con las que, según cuentan las crónicas españolas, se honraba en la costa del Tawantinsuyu, y aún antes, a los dioses Kon y Pachacamac. ¿Otra extraña coincidencia?
Los sacerdotes andinos aceptaron el desafío cristiano.
En esta hipótesis, los sacerdotes tradicionales andinos, que sobrevivieron a la hecatombe de la conquista, se convirtieron en curas católicos y fueron aceptados rápidamente en las órdenes al carecer estas de oficiantes que hablaran los idiomas nativos. De esta manera los caballos de Troya de la religión tradicional andina, aunque haciendo gruesas concesiones, mantuvieron el culto a sus dioses bajo disfraces cristianos.
Pero el mayor desafío fue la imponente catedral. Esta era el centro de la dominación religiosa. Los sacerdotes andinos, aceptaron el reto y en el corazón mismo de la dominación ideológica española reintrodujeron a su deidad creadora, la entronizaron en el mismo lugar donde estuvo la waka Wiraq´ocha, y fomentaron su culto, que fue retomado de inmediato por el pueblo cuzqueño, por eso los creyentes se dirigen al Taytacha utilizando estos términos:
Apu ( deidad tutelar )
Taytay ( padre )
Llapa atipaq apu ( Dios tutelar con todo poder )
Apunchis ( nuestra deidad )
Así el Taytacha se convirtió y sigue siendo el centro de la devoción cusqueña y no alguna de las otras deidades cristianas que tienen sus altares en la catedral del Cusco. Pero no solo eso. En la Semana Santa, el momento más solemne del ritual cristiano, en el Cusco el día más importante es el lunes santo y no ningún otro de los días que recuerda la conmemoración cristiana. Es el día de Wiraq´ocha el que se impone durante esta semana.
Salida del Taytacha
El pueblo espera la salida del Taytacha, hacia el mediodía del lunes. Cuando concluye la última misa, el Taytacha sale a recorrer el centro del Cusco en hombros de sus fieles. Al “bajarlo” del altar principal, ingresa un grupo de pututeros. Este año conté 20. El sonido de las caracolas, a coro, retumba en las cúpulas de la iglesia. Es también otra parte del rito andino, pues el sonido de las caracolas forma un huevo sónico, cuya vibración limpia el ambiente e impacta en los asistentes. Es verdaderamente impresionante estar dentro de la catedral cuando va saliendo el Taytacha en medio del sonido grave de los pututos. Nelly y yo tuvimos por igual la impresión que nos elevábamos en el aire cuando Wiraq´ocha pasó frente a nosotros. Este año este aspecto del ritual pudo apreciarse totalmente, pues durante los 10 años del último obispo Opus Dei, se prohibió el ingreso de los pututeros al interior de la catedral y ellos solo podían acompañar en la plaza, pero el efecto sónico es diferente bajo la cúpula que al aire libre.
“ Todo” el Cusco pugna por tener la posibilidad de “cargar” al Taytacha. Este año fue tal la cantidad de organizaciones que solicitaron este derecho que durante el recorrido que se realiza por el centro del Cusco, para que todos tuvieran la oportunidad, el grupo de “cargadores” debía ser cambiado cada 25 metros de avance. Desde las más altas autoridades del Cusco hasta los sindicatos del mercado y las asociaciones de trabajadores, toda la escala social pugnó por su derecho a “llevar” al Taytacha, aunque sea por un pequeño trecho. Toda la población del Cusco concurre a esta procesión y lo hace con un fervor impresionante.
Tengo la sospecha que el recorrido del Taytacha, el espacio por el que se desplaza en el Cusco, tiene también un significado ritual, como el marcado de un espacio sagrado, pues nada hay de casual en esta importante celebración.
Así, tras su recorrido, a eso de las 7:00 pm, el Taytacha regresa “ a su casa” y aquí se opera otro momento determinante. En el momento en que la imagen llega a las puertas de la catedral, “voltea” para bendecir de frente a su grey. Es el momento cumbre. La multitud recibe arrodillada la bendición del Taytacha. Las luces de la plaza mayor, según la costumbre, son apagadas. Hay una razón muy importante que, según mi intuición, demuestra que esta celebración fue calculada minuciosamente por la resistencia andina y su clero. En el momento sublime, con la plaza a oscuras, la luna, en el esplendor del plenilunio, aparece sobre la cima del Apu Pachatusan ( la columna que sostiene al mundo) y pareciera que se coloca, entre las dos torres exactamente sobre el centro de la catedral, en el instante en que el Taytacha ingresa al interior del recinto. Es una verdadera puesta en escena mágica, profundamente conmovedora y absolutamente andina. Wiraq´ocha, el creador del mundo, cierra su ciclo y la aparición de la Mama Quilla, lo confirma. Queda claro que los que diseñaron este evento, que no por casualidad empieza al amanecer, calcularon exactamente el tiempo que cada etapa debía durar, el desplazamiento del Taytacha por el territorio que recorre para que, cuando concluye la bendición, aparezca la luna esplendorosa sobre el ábside de la catedral. La puesta en escena ha sido perfecta.
El Taytacha ingresa a su templo de espaldas y la feligresía lo sigue a la distancia hasta que las grandes puertas del templo se cierran. Un generalizado sentido de alivio y de alegría embarga a los asistentes a la procesión. Todos se abrazan. Luego cada quien, en compañía de familiares y amigos invitados, regresan a sus casas.
Como toda celebración en el mundo andino, la del Taytacha continúa con un banquete. La tradición señala que este día pueden comerse 12 platos, todos en base a las infinitas opciones que ofrece el mundo vegetal andino, a la que se pueden agregar pescado ( esas gigantescas y rosadas truchas que abundan en los criaderos de la serranía) y algas de las lagunas. Solo las carnes de res, cerdo y cordero están prohibidas.
El resultado es sensacional. En casa, en el barrio de San Blas, Rosina y Lucho nos obsequian con diversas y humeantes lawas en las que nadan papas, ollucos, chuño, verduras, cereales andinos. Cada lawa tiene su forma específica y sus ingredientes, lo que no solo varía el sabor, sino también el color. Como acompañamiento se sirven ensaladas y humeantes papas de diversas texturas, todas muy arenosas y con el corazón de diversos colores: rojas, azules, amarillas y esa chiquita, ovoide, de un amarillo intenso e incomparable sabor, que llaman “yema de huevo”. Unas han sido sancochadas, otras horneadas con mantequilla y finas hierbas. Sobre ellas se vierten maravillosas salsas preparadas a base de ají, hierba buena, rocoto, huacatay, orégano, ajos sofritos, maní tostado, ajonjolí, aceite de oliva, toques de vinagre balsámico, sal rosada ahumada que solo se encuentra en Maras, queso fresco, leche, mantequilla, y etc, etc, etc. No se trata de mezclar todo, no. Cada salsa tiene sus ingredientes muy sabiamente dosificados, diferentes prelaciones al preparar las mezclas y toques finales que son el secreto de quien las prepara.
El plato de fondo acaba de salir del horno: una gorda trucha de más de dos kilos, que ha sido previamente marinada y luego horneada rellena de hierbas aromáticas y bañada en vino blanco. Al servirse, una gotas de limón le dan el toque final; como todo en el Perú se le acompaña con arroz bien graneado. Para remojar, bebemos una generosa copa de vino blanco, al tiempo, pues con el frío de la sierra no es necesario ponerlo a enfriar y: ¡ listo el pollo ¡, mejor dicho la trucha.
Cuando todo parece haberse consumado, llegan los dulces de semana santa: mazamorras, el guisado de melocotones, arroz con leche, pasas, canela y un toque de oporto para perfumarlo; y la infinidad de pasteles propios de esta festividad y que esta mañana hemos visto ofrecer en el mercado de San Pedro, colocados sobre una inmensa mesa de más de 100 metros de largo, sobre la cual las dulceras y panaderas del Cusco ofrecen sus delicias: panes dulces, tortas (panes redondos con tres niveles, como si fuera una torta), empanadas ( que no son las que comemos usualmente rellenas con carne o pollo, sino que son masas de harina saboreadas con canela, clavo de olor, anís, ayrampo, endulzadas con panela, que luego se estiran en delgadas capas y se cubren de confeti antes de llevarlas al horno) y pasteles de todas las formas y colores imaginables. Son tantas y tan variadas sus formas y rellenos que no es siquiera posible probarlas todas. Después charlamos de todo y de todos.
Al caer la medianoche, nos retiramos a descansar. Al entrar al dormitorio lo encontramos iluminado por la luna en plenilunio, su suave luz blanco - azulada ingresa por la ancha ventana que da al patio. Nelly y yo quedamos embelesados contemplando la maravilla con que la Mama Quilla despide este largo y maravilloso día.
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